El bueno de Miguel se cae de sueño, aún le quedan cuatro horas de trabajo y no le queda otra que mantenerse despierto a base de energía guardada en tiempos mejores.
Sabía que por el peso de su cartera no le llegaba para el
café.
Mientras tanto, la cadena de montaje le
invitaba a la monotonía de su día a día, él... pensaba en sus princesas, no tiene mayor razón que ellas para
seguir allí.
Son las 23:00, la sirena de la fábrica
grita libertad y Miguel vuelve a casa que ya por hoy está bien.
Salió sobre las 9:00 para hacer un recado, algun trabajo no
declarado y recorrer unos pocos de kilometros con la esperanza de
dejar un nuevo curriculum que se convierta en la salvación para el
futuro de su hija.
El paseo de vuelta es duro, le pesa la
vergüenza de no sentirse capaz de no poder sacar adelante a su
familia. Hoy hace un mes que le dijeron que no lo renovarían y
desde entonces no ve más que derrotas, ya no sabe que máscara
ponerse al volver a casa.
Allí le espera la felicidad de la
pequeña África y la belleza de Ana, reina de la casa, a quien esta
noche ya no podrá engañar... Miguel se derrumbó, la preocupación
no le dejaba dormir, Ana le besó y lo calmó con su abrazo susurrándole al oido “saldremos adelante...”.
Una vez sonó el despertador, cogió
fuerzas de la mirada de Ana y de la sonrisa de la pequeña, sabía
que hoy la vida le invitaba a vivir, quizás al cruzar la puerta,
la suerte esté en el ascensor y venga conmigo de la mano a entregar
una vez más, su candidatura al puesto de trabajo que se ofrece en
aquel establecimiento.
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